Les Luthiers triunfan con las obras del genial Mastropiero

Aníbal Vinelli. La Opinión, 17-09-1977.

Cuando se encienden las luces del escenario, aparece el extraño artefacto, similar a una estrafalaria corneta, pero con ruedas. Entonces, por los altoparlantes, la voz grave, varonil y frívola, seductora y lánguida, declara: “Usted que conoce el éxito, usted, que es respetado por los hombres y admirado por las mujeres. Usted ¿quiere decirnos cómo hace?”. Un brusco apagón y, ordenadamente enfilados, frente al magnífico sistema de iluminación dispuesto por Ernesto Diz, avanzan Ernesto Acher, Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock, Carlos Núñez Cortés y Daniel Rabinovich, los seis rostros que el público conoce –y admira- con el nombre de Les Luthiers. Ha comenzado, en síntesis, Les Luthiers Mastropiero que nunca, un nuevo recital que el conjunto de instrumentos informales acaba de presentar en el Odeón.
Con el gag inicial (una moderada sátira de la publicidad que acerca de los automóviles hacen en algunos cines) el grupo prepara el terreno para lo que vendrá después, la aparente locura que esconde apenas un plan escénico riguroso, a un tiempo imaginativo y disciplinado.
Mundstock, relator serio (tanto como puede serlo un Luthier) aporta su tono “Radio Nacional”, anunciando La bella y graciosa moza marchándose a lavar la ropa, que pese a las resonancias líquidas no ha de estimular en el oyente las virtudes domésticas, y sí ciertos ecos picarescos. Hay una moza, un jinete y que el lector suponga.
La música antigua tiene que cederle el turno a la de cine, y si el sonoro se apresta a cumplir el medio siglo de próspera existencia, se debe, seguramente, a que Les Luthiers jamás visitaron Hollywood. Porque sus tres secuencias de música para cine (El asesino misterioso, Visita a la Universidad de Wildstone y Kathy, la reina del saloon) hubieran acabado con la industria fílmica, tanto es el despliegue de insensateces que cometen: junto a ese juego del absurdo (tanto es el talento) los artistas aprovechan para contar una historia muda del sonoro a través de la película policial, el documental y el western, acelerando el ritmo en lo que no es sino un único y gigantesco gag, cuyos pivotes son Núñez Cortés al piano y el rubio y desmelenado López Puccio (cada día más parecido a un cocker spaniel) empecinado en leer una historieta.
El beso de Ariadna (con el ahora espigado Daniel Rabinovich como tenor solista) va marcando la fulmínea progresión (¿o degradación?) de un tema de corte clásico, hacia una balbuceante y empalagosa bailada comercial, y el efecto estuvo bien logrado.
Pero el gran momento musical de la noche (como suele decirse) llegó con Lazy Daisy, suerte de homenaje que transformó al Odeón en un show-boat y a Les Luthiers en minstrels, como aquellos negros que coreaban las viejas melodías con acentos del dixieland o el ragtime. Les Luthiers –al margen de una que otra broma- brindaron un colorido contrapunto entre tres voces (Acher, López Puccio y Núñez Cortés) y la guitarra de Jorge Maronna y el gigantesco bass-pipe a vara (la corneta-artefacto de ruedas) manejada por Rabinovich. Recordando a los trovadores sureños, o a los Mills Brothers, meneándose por los caminos del jazz hot, fue un verdadero placer escucharlos.
Pero ya se sabe que detrás de los intérpretes se esconde la atormentada personalidad de Johann Sebastian Mastropiero, ese alter-ego del sexteto que es como un poder invisible y misterioso. A resultas de sus pecaminosos amores como una ignota pianista, Mastropiero compuso el Ciclo de sonatas para latín y piano. De los humores de Mastropiero dependía la extensión de la Sonata y la preeminencia que el Latín (violín de lata) tuviera sobre el teclado. Y la Sonata cambió varias veces, ya que el violinista era el marido de la enamorada de Mastropiero, y éste aprovechaba los solos del pobre instrumentista para flirtear con su esposa: no pasará a la leyenda de la música este Mastropiero frívolo y enamoradizo.
Créase o no, el último número del programa se llama Cantata del Adelantado Don Rodrigo Días de Carreras, de sus hazañas en Tierra de Indias, de los singulares acontecimientos en que se vio envuelto y de cómo se desenvolvió, y pese al título, a su dimensión aterradora, el producto resultó atractivo.
Quizá no haya sido el mejor número del programa (quien firma esta nota se queda con Lazy Daisy) pero indudablemente es el que demuestra con mayor precisión la inventiva urdidora y fabulante de los excéntricos. La conquista, la colonización y el indio, contado como una recorrida musical por el territorio americano, con versos y alusiones, podía haber degradado en un intríngulis espinoso, tanto guarda aún de urticante su memoria.
En manos de Les Luthiers, a uno le dan ganas (si la historia hubiera sido así) de revivirla todos los días: el conquistador es un mercader bastante tonto, que cambia su oro por cuentas de colores a los aprovechados indios, y cada vez que anuncia su intención de quedarse, los aborígenes lo hacen retroceder 500 leguas. Así visita América (charter colonial) entre los cantos de nativos que siempre son los mismos, aunque vayan cambiando el charango sureño, por tumbadoras o el bongó antillano.
Les Luthiers historiadores son una peste divertidamente enloquecedora, es como si la Historia de Grosso se hubiera caído en una tina de coñac o la narración estuviera a cargo de la Unión Social y Deportiva “Los Indios Triunfadores”, con toda esa música y alegría, con ese sabor a cha-cha-cha y danzón, a mambo y guajira.
Al concluir, la irrealidad no terminó, porque los tamtams seguían resonando: era el público, que pateaba más que aplaudía, reclamando el bis. “Juira de programa” –Mundstock, criollo rubio, dixit- “les haremos escuchar El Explicado, gato de Cantalicio Luna”.
Ya tarde, en los camarines, saludando a amigos y parientes (que no son lo mismo), a críticos de distintos medios, al cantante y compositor Alberto Cortés, volvieron a ser los jóvenes serios y reflexivos de la vida real, los trabajadores infatigables que prepararon este espectáculo excelente durante 6 meses, y que han de agotar las entradas por un plazo similar. La conclusión de esta nota es, básicamente, la reiteración de una anterior. A Les Luthiers hay que declararlos de interés nacional y auspiciarles giras por todo el mundo. Nunca estaríamos mejor representados.


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