Muchas
gracias a ustedes, Les Luthiers
El Cronista Comercial.
28-06-79 /César Magrini
Otra vez Les Luthiers en la escena porteña, lo que equivale a saludar
el retorno de la alegría jovial, del humor limpio y de sana intención,
del entretenimiento más reconfortante y más estimulante.
Y, comprendiendo que las viejas fórmulas cumplen un ciclo determinado
y que no conviene abusar de ellas, también casi totalmente renovados
en su estilo. Porque los estrafalarios, exóticos y sagaces-
instrumentos que hasta hace poco los acompañaran, han sido reemplazados
parcialmente por otros, los tradicionales de los que saben extraer, igualmente,
música de la más alta calidad, pero posponiendo oportunamente
el almidonamiento o la seriedad. Hay incluso, en escena, un séptimo
integrante del grupo, maravilla de tecnología y extemporáneo
y encantador ser: un
robot que sonríe, que mueve desaforadamente los ojos y que
hace también él- música de acentos tan sugestivos
como los de sus compañeros de carne y hueso. Delicioso. Y, como
dicen los franceses, una trouvaille de esas que están
destinadas a hacer época.
Tal como se los ve y se los escucha hoy, Les Luthiers se han volcado,
acertada y afortunadamente, más hacia lo teatral propiamente dicho.
La música ha pasado a ser un complemento, de gran importancia,
pero lo principal descansa sobre las dotes actorales del sexteto, que
no son pocas, y que han madurado mucho. Cada uno de ellos sigue siendo
fiel a sí mismo, pero también ofrece perspectivas inéditas.
Los sketches son frescos, ingeniosos, y por momentos como
los titulados El rey enamorado o
la estupenda parodia de la televisión,
antológica, y en la que Les Luthiers se ponen a la altura de los
mayores cómicos del mundo, y no se crea que exagero- de una gracia
que se vuelve mucho más certera por la fineza, por el buen gusto,
por el tacto con que se la manifiesta. Inagotable fuente de simpatía
cada uno de ellos, lo que prodigan llega al público como un bálsamo
altamente bienhechor. Viéndolos, escuchándolos, se consigue
el verdadero milagro de olvidar, durante algo más de una hora,
todas las asperezas, todos los desalientos, todas las amarguras cotidianas,
sean éstas pequeñas o grandes... Y si ellos han titulado
a su espectáculo Muchas gracias, de nada: ¿qué
le queda, después, por decir al espectador? Multiplicar ese agradecimiento.
Porque quienes se encargan, como Les Luthiers lo hacen, de
rescatar al público haciéndolo participar de la pureza y
de la alegría, están cumpliendo con algo más trascendente
y más profundo que con un mero entretenimiento. Gracias, muchas
gracias, queridos luthiers: y ustedes, por favor, no contesten
de nada; sigan como son, que así ya tienen ganado el
cielo, porque también ustedes se lo hacen ganar. Cada noche, a
los que estamos de este otro lado del escenario.
Cuando se escriba la historia del espectáculo de estos años;
de su modernización, de su originalidad, de su evolución,
el nombre de Les Luthiers deberá figurar en muy justa
primera estima. ¿Por qué no enumerarlos una vez más?
Ernesto Acher, Marcos Mundstock, Carlos López Puccio, Daniel Rabinovich
(el más travieso de todos), Jorge Maronna, Carlos Núñez
Cortés. E inolvidable aquel melancólico Gerardo Masana,
para quien la vida (o la muerte
) quiso un destino más transitorio,
pero de ninguna manera gratuito. Desde donde esté, también
él se divertirá con los estropicios de estos mimos, de estos
juglares, de estos cómicos de nuestro tiempo. Desde donde esté,
así como lo hacemos nosotros, también él, de corazón,
los aplaudirá. Desde donde esté, unirá su voz, ahora
perdurable, ahora a salvo de las lastimadoras del tiempo, a ese agradecimiento
al que antes me referí, por todo lo que Les Luthiers dan, generosamente
y de lo cual él fue, en su momento, pilar, nervio, testimonio de
fe.
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