Les Luthiers, exponente de saludable higiene mental
Napoleón Cabrera. Diario
Clarín, 8 de junio de 1981
Lutherias, estrenado en el Teatro Coliseo, es el nuevo espectáculo
de Les Luthiers, inteligente, picaresco, paródico como los anteriores,
con los cuales constituye una antología del humor musical que
quizá no tiene igual en el mundo. Esta vez se añade un
nuevo instrumento y la parodia alcanza a la zarzuela.
El nuevo instrumento, órgano
de campaña, inventado por
Carlos Iraldi (el luthier de Les Luthiers), tiene un
gran porvenir. Se conmueven los huesos de Johann Sebastian Mastropiero
ante el futuro de un órgano con patas perdón, Carlos
Núñez- , aunque por ahora la tubería solamente
sea utilizada por el conjunto para tratar el tema de la conquista amorosa
con acentos resueltamente castrenses. Esta renovación sonora
es el signo de Luthierias, a lo largo de ocho cuadros y hora y media
de duración.
Los micrófonos adheridos a cada músico son otra innovación
ventajosa. Ya no se pierden palabras ni matices. Hasta el diálogo
en voz secreta se vuelve audible, y el recurso es sabrosamente aprovechado.
Ese micrófono permite un movimiento escénico más
suelto, y mayor libertad gestual.
Recuperada su barba, Marcos Mundstock no deja pasar ocasión de
confirmar su inofensiva megalomanía, ingrediente psicológico
tan indispensable como el aturdimiento de Carlos López Puccio,
la ingenuidad de Jorge Maronna y el áspero humor de Ernesto Acher,
siempre una especie de rinoceronte potencial.
Daniel Rabinovich y Carlos Núñez serían tan mandones
como Mundstock si éste no gozara de su monologuismo impar: un
figurón que se mira en el espejo. Los otros dos, pobres de ellos,
no aspiran tanto al boato como al éxito pequeñito y rinconero.
Así, son la imagen de la frustración simpática
cuando meten la pata. Esta galería de caracteres, amasada en
largas y certeras pesquisas psicológicas, es lo más profundo
del arte de Les Luthiers, y lo que aparece, mechado, en cada esquicio,
confiriendo a todos un estilo inimitable, único. Va en camino
de transformarse en algo más perdurable que sus propios espectáculos,
algo que ya entra en la definición del carácter argentino.
Les Luthiers están ejecutando, desde hace años, una de
las más difíciles empresas nacionales: mostrar lo que
sabemos crear, sin imitar, en el campo de la inteligencia artística,
uno de los que deben defenderse sin bajar la guardia un instante, porque
es un asunto que atañe a la seguridad nacional, aunque la relación
no se vea inmediatamente. No hay pueblo que pueda defenderse si su sensibilidad
se aletarga y le da lo mismo una grosería que un chiste inteligente.
Les Luthiers apelan a la inteligencia del espectador, a su capacidad
no solo humorística sino crítica de modos y costumbres.
Tener gracia sin dejar la inteligencia en la puerta es raro en los escenarios
porteños. Por eso, ver a Les Luthiers es una higiénica
costumbre nacional.
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