Les Luthiers y su manera inimitable de hacer reír
Aníbal Vinelli. Diario
Clarín, domingo 6 de agosto de 1989
La voz
en off de ese coro griego calvo y barbado de un solo hombre Marcos
Mundstock- cuenta de un amor problemático con el final cómicamente
perfecto. Y recién entonces se abre el telón y allí
están Mundstock, Carlos López Puccio cada día
más asombrosamente parecido al profesor Abronsius de La danza
de los vampiros- Jorge Maronna, Carlos Núñez Cortés
y Daniel Rabinovich. Ha comenzado la fiesta y, como tal, la perspectiva
crítica es tan difícil cuanto antipática.
Como decía el gran Groucho Marx, uno quiere ser feliz, bailar
cha-cha-chá, divertirse, en suma.
En esta ocasión la ceremonia bianual se titula El reír
de los Cantares, un nombre tan imaginativo, adecuado y generalizador
como cualquiera de Les Luthiers, cuyos espectáculos no reconocen
otro denominador común que no sea el del talento y la aguda observación,
fina e intemporalmente satíricos, sin el lastre de la actualidad
con referencia a apellidos o crónica periodística.
Y como desde ambos lados del escenario sabemos que 20 años no
es nada y que hemos crecido juntos no, envejecido no- la complicidad
permite el sobreentendido y no hacen falta prólogos ni explicaciones,
las ovaciones comienzan con el show y siguen hasta el final.
El nuevo programa que ejecutan en el Coliseo son 105 minutos de alegría
sin interrupciones, con Mundstock o Rabinovich, practicantes de artes
vulnerables, llenando los huecos entre número y número,
a telón abierto, con la presentación de lo que viene,
mientras luthiers asistentes enderezan micrófonos y recambian
los estrambóticos instrumentos. La rutina es ya perfecta.
Será entonces un catálogo que incluye Fly
Airways, algo así como la versión no expurgada por
la Dirección de Tráfico Aéreo de los vuelos económicos
con fuselaje precario y comidas indigestas; el
Don Juan de Mastropiero donde Núñez Cortés,
ahora notable comediante cuanto pianista, incorpora las técnicas
del cine mudo y la mímica para explicar los fracasos de la seducción;
o Vote a Ortega, música proselitista,
con López Puccio subido delante de una llanta de camión
naftero que es instrumento de aire y estrado, y el resto de la banda
como seguidores políticos y turiferarios, esto es, quemadores
de incienso.
El cuadro jazzístico será Quién
mató a Tom McCoffee, ardua combinación de cortinas
de series, blues y novela negra con perdón de Mike Hammer, y
La hora de la nostalgia, diez minutos de
recuerdos con Mundstock como un chansonnier geriátrico que recuerda
sus éxitos, se cae con cada ademán y permite una salida
de conga que uno supone debida al asesoramiento coreográfico
de Esther Ferrando. ¿Cómo consiguió hacerlos ensayar...?
La segundo mitad reúne el madrigal Amami,
Oh Beatrice que habrá hecho revolver en sus tumbas
al Dante y a Scarlatti- y La balada del séptimo
regimiento, con el grupo como una banda en la guerra de Corea gratamente
predispuesta a pasarse al enemigo.
El poeta y el eco es la variante culta de
un chiste con repetición de las últimas sílabas
que ya se encontraba en el vodevil, y el remate, el esfuerzo supremo,
será Selección de bailarines.
Que es una diríamos- versión de cámara de
A Chorus Line, con Rabinovich como el director-coreógrafo, Núñez
Cortés como el pianista, y los tres que quedan como aspirantes,
un tímido, un gay, un gangster. Cada uno permitiendo que afloren
sus pensamientos como en el musical de Broadway y Hollywood, y partiendo
hacia la gloria entrelazados como Pavlovas pilosos.
Con un bis fueeera de programa, Romance del joven conde,
La sirena y el pájaro cucú... y la oveja, merced a la
iluminación exacta de Ernesto Tito Diz y entre otros
de la colaboración creativa de Roberto Fontanarrosa, han obtenido
el único y definitivo antídoto contra la realidad que
puede obtenerse hoy día. ¿Quién puede pedir más?