En persona, mientras camina desde el departamento que le prestaron en
Palermo hasta el bar donde transcurrirá la entrevista, o al posar
algo menos cuidadosamente que Julio Iglesias para las fotos, Daniel
Samper Pizano destila cada tanto los toques de humor que pueblan más
de cuarenta años de periodismo escrito y más de treinta
libros. Fui a San Antonio de Areco, a conocer la estancia de Güiraldes,
porque me gusta mucho Don Segundo Sombra, cuenta. Quería
ver un ombú, así que le pedí a la guía que
me mostrara alguno. ¿Qué ven ahí?,
nos preguntó en un momento. Un árbol enorme,
respondimos. No, es un arbusto. El ombú es un arbusto.
¡Otra muestra de la megalomanía de los argentinos!
Este bogotano radicado
en Madrid desde 1986 vino a Buenos Aires para entre otras cosas
presentar Les Luthiers de la L a la S,
un libro que reformula la primera edición, de 1991, y acompaña
hasta estos días la historia del grupo, que acaba de cumplir
40 años y festeja hasta mañana con una serie de charlas,
actuaciones, entrevistas y proyecciones que comenzaron a desarrollarse
el 16 de agosto en el Centro Cultural Recoleta (la muestra permanecerá
abierta hasta fin de mes). Me parece que una de las cosas más
interesantes que han salido de este jubileo lutheriano es el análisis
de cómo han hecho humor político, dice Samper Pizano.
Esa especie de cuestionamiento, y el de por qué no hay
mujeres en el grupo, son dos lugares comunes que aparecen siempre. No
caen en cierto tipo de panfleto muy fácil de hacer y poco
relevante, pero a través de la burla a todo tipo de dictadores
y sátrapas, militares o no, constantemente reafirman derechos
y libertades, algo que América latina siempre necesita. Y se
burlan también de las hinchazones de patriotismo.
Samper Pizano dice
que admira a Marcos Mundstock, Carlos Núñez Cortés,
Daniel Rabinovich, Jorge Maronna y Carlos López Puccio por ser
tan buenos humoristas y músicos, pero también por haberse
mantenido unidos tanto tiempo. Y no porque no hayan tenido discusiones,
explica. López Puccio dice que lograron que las peleas
pasaran de intolerables a soportables. Lo importante es que hayan logrado
sortear los problemas, más allá de que persistan las discrepancias:
el funcionamiento de ese microcosmos podría trasladarse como
ejemplo a organismos más grandes. Incluso, si se quiere, a una
sociedad.
¿Y
por qué cree que se han mantenido juntos?
Creo que
el secreto está en tener reglas de juego claras y observarlas.
Y ellos hicieron eso, las respetaron en la medida en que funcionaban,
pero también pudieron modificarlas cuando fue necesario. En otra
época había derecho a veto: si a uno no le gustaba una
canción, esa canción moría. Luego acordaron un
cambio y empezaron a decidir por mayoría. Más democrático;
puede pensarse que menos riguroso, que podían estar sacrificando
un poquito de calidad, pero tampoco garantizaba eso la opinión
de uno solo entre todos. He pasado mucho tiempo con ellos, compartiendo
almuerzos, comidas, mujeres, y son muy respetuosos. Son amplios en lo
grupal y también en lo individual y esto les ha permitido manejar
la cuestión. Y además son muy sinceros, algo peligroso
en países latinos, porque no se estila. Entonces no hay problema
en que uno diga mira, me parece muy malo esto que has planteado.
Y no pasa nada, se lo bancan bien. Hay que decir que buena parte del
espíritu de estas reglas se las deben al doctor Ulloa, el psicólogo
que los acompañó durante años.
¿Cómo
se acercó al grupo?
Empecé
como admirador. Alguien llevó a Colombia, en 1975, un casete
y me dijo te va a encantar. Como no tenía idea de
quiénes eran empecé a averiguar. Luego, cuando vine a
Buenos Aires, los vi por primera vez en el escenario: y sí, me
encantaron. Yo ya era amigo del Negro Fontanarrosa, así que le
dije: Contame algo de estos tipos. Soy asesor creativo
de ellos, me respondió; yo no lo sabía. Unos años
después me invitaron a la primera función que dieron en
Colombia, porque alguien les pasó un texto que yo había
escrito sobre ellos. Desde entonces somos amigos. Y creo que por muchas
razones: somos de la misma edad, tenemos una procedencia cultural similar,
digamos que relativamente educados, que hemos ido a la universidad,
que nos gustan la música y la literatura. Incluso a dos de ellos
les gusta el fútbol: los otros son descerebrados. Tenemos, además,
una cercanía en cuanto a sensibilidad política.
¿Y
cómo surgió la idea del libro en 1991?
Fui escogido
democráticamente a dedo por ellos, algo honroso. Tal vez escogieron
a un colombiano para no herir a tantos excelentes periodistas que hay
en la Argentina: si elegían a uno, los otros podrían incomodarse.
También pudo haber sido porque somos buenos amigos y saben cómo
escribo yo, que en mi poliédrica personalidad hago por igual
denuncias de corrupción y notas de humor. Les agradezco
mucho, pero la parte económica va a ser muy complicada,
les dije cuando me lo ofrecieron. ¿Por qué?
Porque no tengo tanto dinero como para pagar por este trabajo.
Hubiera pagado por ser su biógrafo, pero resulta que además
de todo me correspondía buena parte de los derechos del libro.
Habrán pensado que mi estilo podía acercarse a lo que
ellos querían para una biografía; seguramente no querrían
algo solemne ni laudatorio, sino un tipo que les pudiera tomar un poco
el pelo: digo cosas pesadísimas sobre ellos y no pasa nada. Está
escrita con las herramientas del periodista y tiene el espíritu
entre crítico y divertido de Les Luthiers.
Esa amistad
y cercanía habrán derivado en dejar fuera cosas que prefirió
no contar.
Por supuesto.
Por mi oficio me he podido hacer muy amigo de personas que admiro, de
Serrat, Sabina, Ana Belén; me han abierto las puertas de su casa
y sus confidencias, pero creo tener claridad acerca de qué cosas
sé como periodista y qué como amigo. Obviamente, sé
de todas las perversiones horribles que Les Luthiers esconden en la
alcoba, de los vicios incalificables que los aquejan, pero eso no era
parte de la biografía. Me horrorizaría poner algo de sus
vidas privadas. Hubo temas que pude investigar y al final decidí
poner muy poco: sus enfermedades, por ejemplo. Cada uno me abrió
su corazoncito, y aunque podría haber escrito un libro de medicina,
resolví no hacer nada extenso.
Le habría
cambiado el tono.
Se quebrantaría
el espíritu festivo. Primero que todo fui periodista: investigué,
hablé con mucha gente, hice entrevistas, busqué libros.
Pero el estilo es otra cosa. Mal podría yo emular o rivalizar
con ellos en materia de humor, pero sí procuro entrar en su juego.
¿Qué
cambió en el grupo en los últimos años, entre encarar
el trabajo en aquel momento y en éste?
Han adquirido
el sentido de la contingencia. En fin, son personas que rondan los 60
años, la mayoría ha pasado esa edad, y saben que, si se
viera como un partido de fútbol, están entrando en la
segunda parte del segundo tiempo. Eso, de alguna manera, se refleja.
Y más cuando hablan de si se retiran o no, del futuro: lo hacen
más naturalmente.
Le preguntaba,
más bien, por lo artístico.
En cuanto
a lo creativo siguen manteniéndose en sus parámetros tradicionales.
Innovaron en el formato con la incorporación de un hilo conductor
que va articulando los demás números. Antes eran una serie
de obras sueltas y ahora hay un mayor criterio de totalidad: eso se
ve perfecto en Los premios Mastropiero. Y mantienen esa serie de niveles
de humor, como siempre.
¿Cómo
explicaría esto de los niveles de humor?
En sus espectáculos
suele haber niños, que captan cosas muy graciosas que para un
adulto ya dejaron de serlo, o ni siquiera capta: yo he castigado a mis
hijos llevándolos a ver a Les Luthiers. Los movimientos les atraen
mucho, las cosas chaplinescas que hace Carlitos, por ejemplo. La parodia
ya exige conocer el modelo y su desvirtuación; pero ese nivel
es más retributivo, porque parte del éxito del grupo tiene
que ver con hacerte cómplice y con que te sientas halagado con
eso. Los juegos de palabras también exigen un socio, y ese socio
es el espectador, que se festeja a sí mismo el haber entendido.
Hay muy poca traducción de palabras; en la Cantata del Adelantado
don Rodrigo Díaz de Carreras los indios, en un momento, dicen
¡Minga, minga!. En otros países eso quiere
decir algo feo o nada. En la versión para Colombia, que traduje,
decían ¡Pistola, pistola!, un modo vulgar de
decir no lo hago. En Venezuela decían ¡Mongo,
mongo!. Pero es extraordinario lo poco que se modifica el material
de lenguaje en distintos países y cómo sigue siendo el
mismo espectáculo en Medellín, Lugo o Buenos Aires.
Tienen un
rigor extraordinario, dice Samper Pizano sobre el final. Todos
tocan instrumentos y son capaces de hacer textos, canciones; algunos
tienen más habilidades en un rubro específico, como Daniel
en el escenario, en lo actoral. Además han desarrollado como
personajes: Carlitos es muy alocado, Maronna está siempre medio
dormido, Puccio es un tipo medio surrealista que a veces aterriza. Hacen
un gran equipo. Y cuando tú sumas talento más rigor, tienes
un producto como el de Les Luthiers.
Recuerdos del Negro
Fontanarrosa
es un tipo al que yo he querido entrañablemente, como a un hermano.
En su último viaje a Colombia, en el Festival de las Artes de
Barranquilla, le hice una entrevista: se abrió el telón
y el Negro quedó solo, ahí, ante el público, y
para que se sorprendiera no le avisaron que alguien muy parecido a Boogie
me iba a hacer entrar a punta de pistola. Estoy convencido, desde hace
años, y lo digo cada vez que puedo, que lo vamos a recordar como
un gran escritor de humor, de los más importantes que ha habido
en América latina. El que quiera saber cómo era Argentina
en esta época, o cómo era el mundo, porque además
es un parodista de toda clase de géneros, va a tener que leerlo,
porque esto no se entiende mirando únicamente los periódicos.
Supe que se están haciendo unos cuentos del Negro por televisión,
y Gabi, su mujer, me dijo: ¿Sabés que no los vio?
Cómo puede ser, ¿por falta de interés?
No, estaba interesado, dijo que los vería algún
día. Pero coincidían con partidos de fútbol y él
prefería ver eso. Ese era el Negro. Y eso lo hacía
estupendo, era él y no hacía concesiones. No le interesaban
el dinero, la gloria o la fama: a él le gustaba el fútbol,
hablar con los amigos, mirarle el culo a las muchachas. Decía
que no era animador, pero era tan divertido que, con diez años
más de vida y ojalá hubieran sido cincuenta,
habría pasado como uno de los más grandes actores bufos.
Es el más importante conferencista bufo que ha dado el mundo.
Decía las cosas más terribles y nunca se reía este
Negro hijo de puta. Era un actor maravilloso. Pero no porno, para tanto
no habría dado.
Por Ángel
Berlanga //
Agosto 2007
Fuente: diario "Página 12" //
www.pagina12.com.ar