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"Si yo digo "El hombre se sentó sobre el césped",
lo entenderás de inmediato (...) Por el contrario, si escribo
"Un hombre alto, de barba roja, torso estrecho y mediana estatura,
se sentó sobre el verde césped, pisoteado ya por los
caminantes; se sentó en silencio, con cierto temor y tímidamente
miró a su alrededor", no será facil entenderme.
Se hará difícil para la mente, será imposible
captar el sentido de inmediato. Y en una escritura bien lograda, en
un cuento, deberá ser captada en un segundo" Así
dijo Antón Chejov a su colega Máximo Gorki en una carta.
Y así parece entenderlo Daniel Rabinovich en éste, su
segundo volumen de cuentos, EL SILENCIO DEL FINAL: "Debemos dar
los datos imprescindibles, no más (...) Por otro lado, al ser
breves, sabemos que se van a leer de una sentada", dice su jubiloso
prólogo, en el que celebra los placeres de la lectura y la
escritura. Y de este modo procede, con breves y precisas pinceladas
que devuelven al presente lo que se ha almacenado amorosamente en
la memoria.
Escribir, para Daniel Rabinovich, parecerá ser la recreación
de realidad vivida, inmediata o recordad, a veces iluminada con destellos
de otros mundos, esta vez ficcionales, para sumergir al lector en
vivencias ahora compartidas, donde se percibe el humor amable, a menudo
la ironía más refinada, en ocasiones una veta dee antiguo
dolor sostenido en el recuerdo.
De este modo, los cuentos de El silencio del final exhiben
una galería de tipos y situaciones dispares, que atrapan con
su diversidad y riqueza, producto de múltiples experiencias
vitales. Transitar por esa galería es para el lector una experiencia
digna de ser vivida con la misma intensidad y entrega con que fueron
plasmados estos relatos.
Nora Dottori